(Frase de aplicación propia)
El corazón malherido se adormece tras las cortinas de su pecho, mientras el azote de los recuerdos de otros tiempos que fueron livianos, hoy en pos de tiempo perecederos se escuda tras sus falsas palabras de aliento.
Sufre tras las fronteras de sus párpados, ahogando su silencio tras los labios de un niño mutilado, desfallecido por lo injusto que se formó tras sus pasos, recordándole el último aliento que por él había espirado.
Muchos fueron los sueños creados por su juguetona cabeza en vista de las vivencias derrochadas, mientras confabulaba con arduos deseos de querer, contra el se forjaba la más cruel de las traiciones, derrotado entre los fogones de su propio castillo y maldecido tras las moradas de su propio dominio.
Conocido fue por todos semejante dolor tras la traición infundada y la derrota se fraguó dolorosa pues provenía de su propia vida. Derrotado en dolor y dolido en derrota se enarboló de sutiles latigazos que pretendían desbancarle y rendido ante su morada se dispuso a capitular eternamente derrotado.
En el cielo nocturno envuelto por jóvenes algodones de terciopelo, se abrió un liviano claro que dejó entrever la pálida claridad de la luna de otoño y comprendió sonrojado que en aquel corazón adormilado el fulgor de un latido todavía domeñaba su coraje y aprendió tras los barrotes de su tristeza que no todo estaba perdido descifrando en aquel cielo humeante de esperanza que ante aquellos acontecimientos no había cabida para una derrota.
Blandió su espada con severidad y a lomos del coraje transformado en victoria recuperó con gallardía el sitio que le correspondía y mientras elevaba su espada a lo más alto tratando de agradecer la consciencia recuperada se prometió a sí mismo que jamás renunciaría a la victoria y para ello grabó en el filo de su espada las palabras que conducirían el resto de su vida: “La derrota no es una opción”.
Sufre tras las fronteras de sus párpados, ahogando su silencio tras los labios de un niño mutilado, desfallecido por lo injusto que se formó tras sus pasos, recordándole el último aliento que por él había espirado.
Muchos fueron los sueños creados por su juguetona cabeza en vista de las vivencias derrochadas, mientras confabulaba con arduos deseos de querer, contra el se forjaba la más cruel de las traiciones, derrotado entre los fogones de su propio castillo y maldecido tras las moradas de su propio dominio.
Conocido fue por todos semejante dolor tras la traición infundada y la derrota se fraguó dolorosa pues provenía de su propia vida. Derrotado en dolor y dolido en derrota se enarboló de sutiles latigazos que pretendían desbancarle y rendido ante su morada se dispuso a capitular eternamente derrotado.
En el cielo nocturno envuelto por jóvenes algodones de terciopelo, se abrió un liviano claro que dejó entrever la pálida claridad de la luna de otoño y comprendió sonrojado que en aquel corazón adormilado el fulgor de un latido todavía domeñaba su coraje y aprendió tras los barrotes de su tristeza que no todo estaba perdido descifrando en aquel cielo humeante de esperanza que ante aquellos acontecimientos no había cabida para una derrota.
Blandió su espada con severidad y a lomos del coraje transformado en victoria recuperó con gallardía el sitio que le correspondía y mientras elevaba su espada a lo más alto tratando de agradecer la consciencia recuperada se prometió a sí mismo que jamás renunciaría a la victoria y para ello grabó en el filo de su espada las palabras que conducirían el resto de su vida: “La derrota no es una opción”.
1 comentario:
mañana...con FATATAS!!!
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